Nunca quise que los poemas hablaran de mí sino contigo. Así se hizo el mundo en este mundo que aún nos extraña, Sebastian.
a.medinilla
antonio.medinilla / POEMARIOS
Nunca quise que los poemas hablaran de mí sino contigo. Así se hizo el mundo en este mundo que aún nos extraña, Sebastian.
a.medinilla
[o de cómo Sebastian oyó a Samsa hablar en trance, solo en la cocina]
:
copulábamos como ángeles
qué error
copulábamos como bestias
qué error
¿qué error?
púr
pu
ras
con todo lo ganado
con todo lo perdido
copulábamos
con las bestias
qué importa,
carne
pero sí
importará
ahora
sí
vení
vení
no fui un ángel gramático
sino un perro encauzado
aúllo como el sol dorado
aúlla a la luna de tu ombligo
el deber demanda
***
el buho
:
Érase una vez un parque con el vestido abierto... pero éramos otros. Alguien sostenía y bajaba mi mano junto a un perro de un solo testículo, igualmente negro, y las raíces de los árboles crujían, cómo crujían, sobre las hormigas que soñaban con alimentar a su reina esponjosa, como cada noche, como yo.
Vimos al búho aparecer en esta historia del parque... pero no era sino otro ángel lujurioso bajo un gran esfuerzo colgando de tu cuello. Algo de alguien se parecía a esto y aquello pero nadie fue como vos en el parque. El perro te arrastraba tirando del collar, ladrando a las polillas que buscaban a su luna azarosa. Entonces, en la penumbra, oculto y a lo lejos, me atreví a deciros: «Oh sí, oh sí, mi Carne, como en aquel entonces, volvamos al amor y al vicio», sin que me oyeran.
Pero hoy es otro el parque creciente y decreciente en mi memoria, y tú y yo ya no somos aquéllos, sino vos y Sebastian, y sabe dios quién más, los que miran la noche, la noche que sonríe y goza bajo el cielo protector de su buena estrella o de su mala estrella, que de gustos depende. Y todo, todo, carne mía, todo fue verdad aquella vez y ésta, y mañana, y mañana, y mañana. Te lo juro.
*
e l l i b r o d e
c a r n e y s e b a s t i a n
a . m e d i n i l l a
-inéditos-
e l s u r s u b
fragmentos
salvado el color
no recuerdo
la infancia
amores me arroja
quién te va a querer
no me habla a mí
él nada sabe
pero mi odio es
incontenible
ahora soy un ángel
galas reales
un mar de algas
me reviste de ti, ofelia
+
estás sola, sólo conmigo
e iluminamos el árbol
bajo la escalera
un soplo insignificante
me invoca y te encuentra
ángel mío, despavorido
todo comienza
con una brizna de hierba
que acaba en arcada
de color y patio
constancia de luz
todo es de color
y callan
pero esto es
la noche
estoy conforme
y lejos de todos
*
*
imagen: "The wicker man" (1973), dir. Robin Hardy
LA GRIPE
Nunca imaginamos que nuestra hija tuviera la forma de un libro. De hecho, nunca proyectamos consecuencias más allá de lo inmediato (vestíamos árboles, descampados, enredaderas, yo te agarro por detrás y tú por delante en los polígonos a pie, angares, sexo duro y blando, canela y camelas, risas, protestas, las medio protestas, las puras verdades). Aún recuerdo aquella entrega: enviamos al Iñaki, el prenda, doscientos gramos de jamón serrano y un kilo de pan cateto para su futuro en el trullo, que ni siquiera agradeció. Se pudra. A la madrugada, a hurtadillas, pintábamos el Congreso con un arco iris revolucionario, olor a deseo y votos nupciales, porque cuán cierto era que nunca sospechamos que nuestro hija tuviera la forma de un microcuento subversivo, como su santa madre, botando descalza por Zorrilla y San Jerónimo, arriba los pobres del mundo, clamando en pie los esclavos sin pan, «porque eres más bonita que la batalla de Stalingrado, hija, te voy a hacer un libro, te echaré un polvo de plata y oro, polvo del siglo y el fin de los tiempos, te haré una niña, me contarás un cuento».
—¿Estamos o no estamos, canijo? Nuestro libro será eterno como la lucha de clases… en cuanto se nos vaya este gripazo. ¿Te quedaban clínex? —estornudó Carne, húmeda de savia y lluvia y protesta.
—Ay niña, tenemos que ponernos las pilas y salir pitando —le advirtió, tironeando de su puño alzado, revolucionario.
—Niño, qué cuento tan hermoso crecerá desde esta noche en mi vientre... —sentenció suavemente, con su rabiosa sonrisa entre labios.
—Y sí, viva la literatura de tu espalda desnuda, viva tu vulva... pero salgamos.
¿Cuestión de grietas, rosas?